LA INFLUENCIA DEL CIELO 19 julio, 2021 – Publicado en: ARTICULOS – Etiquetas: ,

LA INFLUENCIA DEL CIELO

Chuang-Tzu

Revista de Estudios Tradicionales Nº 2.

La influencia del cielo, desplegándose generosamente, produce todos los seres. La influencia imperial, difundiéndose imparcialmente, atrae a sí a todos los súbditos. La influencia del Sabio, propagándose por igual, hace que todos se le sometan respetuosamente. Aquellos que tienen conciencia del modo [de proceder] de esta influencia, del cielo, del Sabio, del perfecto jefe de Estado, se concentran en la paz de la meditación, que es la fuente de la acción natural.

Esta paz no es un objetivo que pueda ser alcanzado por medio de esfuerzos directos. En realidad consiste en el hecho, negativo, de que ya ningún ser conmueve el corazón del Sabio, y se adquiere con la concentración. Ella es el principio de la clarividencia del sabio [verdadero]. Como el agua perfectamente quieta ella es cristalina, a tal punto que puede reflejar hasta los pelos de la barba y cejas de quien allí se espeja. Nada hay que tienda más a la quietud y al equilibrio que el agua; tan es así que de la misma deriva el nivel perfecto (nivel de agua). Ahora bien, así como la serenidad vuelve clara el agua, así también aclara los espíritus vitales, entre los cuales la inteligencia.

El corazón del Sabio, perfectamente sereno, es como un espejo que refleja el cielo, la tierra y todos los seres. Vacío, paz, satisfacción, tranquilidad, silencio, visión global, no-intervención; el conjunto de todas estas cosas constituye la expresión sintética de la influencia del cielo y de la tierra, del Principio. Los emperadores y los sabios de la antigüedad conocieron dicha «fórmula». Vacíos (de todo apego), comprendieron en toda su verdad las leyes universales. Pacíficos (sin experimentar emociones), actuaron con plena eficacia. Absteniéndose de intervenir individualmente [por propia iniciativa], dejando que fueran sus funciones a cuidar de los pormenores, se vieron libres de placer y dolor, y consiguientemente vivieron por mucho tiempo.¿No es acaso evidente que el vacío, la paz, el contentamiento, la tranquilidad, el silencio, la visión global, la no-intervención, se hallan a la raíz de todo bien? Quien haya entendido esto tendrá la valía, como emperador, de un Yao[1], y como ministro, de un Sciunn. Podrá reinar, en cuanto rey, sobre el destino de los hombres; o, en cuanto Sabio, sobre sus espíritus. Ya sea que viva retirado, a la manera de los solitarios, a la vera de los cursos de agua, en las montañas o en los bosques; ya sea que se manifieste como «educador del mundo», en ambos casos será reconocido y atraerá a sí [los hombres].

De hecho, las especulaciones de los grandes Sabios y las acciones de los grandes reyes emanan de la paz; la no-intervención torna célebres; la intuición [intelectual] eleva por encima de todo. Comprender bien la naturaleza de la influencia del cielo y de la tierra, que estriba en una no-intervención benévola e indulgente, he aquí la gran raíz, la concordia con el cielo. Practicar una no-intervención análoga en el gobierno del imperio, he aquí el principio de la concordia con los hombres.

Ahora bien, el avenimiento con los hombres constituye el goce humano, la felicidad terrenal; el avenimiento con el cielo constituye el goce celeste, la felicidad suprema. En un ímpetu de admiración para con su objeto -el Vacío, la Paz, el Principio- Chuang-Tzu le dedica el himno siguiente:

«¡Oh Maestro mio! Oh Maestro mio!

¡Oh tú que destruyes

sin [todavía] ser cruel!

¡Tú que edificas

sin [todavía] ser bueno!

¡Tú que fuiste antes de todo tiempo,

y no eres viejo!

¡Tú que como cielo todo cubres,

que como tierra todo sostienes,

que eres el autor de todo

sin ser hábil (actividad espontánea)!

Comprenderte de esta manera

constituye la felicidad celeste».

Saber que he nacido por tu influencia; que cuando muera volveré a entrar en tu via; que cuando me hallo en reposo estoy en comunicación con el yin, tu modalidad pasiva, que cuando me hallo en acción estoy en comunicación con el Yang, tu modalidad activa, esta es la felicidad suprema [2].

Para el iniciado que disfruta de esta felicidad ya no caben quejas contra el cielo (mediador despiadado y fatal), ni resentimientos contra los hombres (los que, como yo, siguen su propio camino), ni preocupaciones respecto de las cosas del mundo (que no merecen la pena), ni temor de los seres sutiles (que son impotentes). La acción del iniciado se confunde con la actividad del cielo, su quietud con la quietud de la tierra; su espíritu imperturbable domina el mundo; después de la muerte, su alma inferior [residuos psíquicos] no será nociva (se disolverá tranquilamente), su alma superior no vagará famélica (será transformada).

Así pues: seguir en el Principio el propio desarrollo, en el cielo y en la tierra, en todos los seres, este es el goce celeste. Un tal goce es el secreto del corazón del Sabio. De donde él saca sus principios de gobierno. Fieles imitadores del cielo y de la tierra, del Principio y de su influencia, los antiguos soberanos no intervenían directamente, ni se ocupaban de los pormenores. De lo que deriva que estuvieran en condiciones de gobernar todo el imperio. Inactivos, dejaban hacer a sus súbditos. Inmóviles, dejaban que fueran los hombres a moverse.

Su pensamiento todo lo abarcaba, sin que pensaran en nada [en particular]; todo lo veían en su principio, sin distinguir en detalle; su poder, capaz de cualquier cosa, no se aplicaba a nada.

Como el cielo, que no hace nacer, y los seres nacen; como la tierra, que no hace crecer, y los seres crecen; así también el soberano no actúa, y los súbditos prosperan.

¡Cómo es trascendental la influencia del cielo, de la tierra, del soberano, entendida de esta manera! ¡Y qué justo es decir, en este sentido, que la influencia del soberano se une a la del cielo y de la tierra! Indefinida, como la del cielo y de la tierra, ella envuelve a todos los seres y mueve la multitud de los hombres.

Única, en su esfera superior, tal influencia se difunde descendiendo. El soberano formula la ley en general; sus ministros la aplican a los casos concretos.

Arte militar, leyes y sanciones, ritos y costumbres tradicionales, música y danzas, bodas y funerales, y las de más cosas que atormentan a los confucianos, no son más que detalles menudos que el Sabio delega en sus funcionarios.

Sin embargo, no debe creerse que en las cosas humanas no existan grados, subordinación y sucesión. Hay un orden natural basado en la recíproca relación del cielo y de la tierra, y en el desarrollo [de las cosas] en el cosmos.

El soberano es superior al ministro, el padre a los hijos, los hermanos mayores a los menores, los ancianos a los jóvenes, el hombre a la mujer, el esposo a su esposa; y todo ello porque el cielo es superior a la tierra.

En el ciclo de las estaciones, las dos estaciones productivas preceden a las dos improductivas; cada ser pasa por las dos fases sucesivas de vigor y declinación; eso, en virtud del desarrollo cósmico; y por ello es que los progenitores tienen la precedencia en la familia, que en el palacio el rango es lo que importa, que en los poblados se honra a los ancianos, que para tratar los asuntos nos apelamos al más competente.

No observar estas reglas de conducta sería como faltarle al Principio, del cual tales normas son como otras tantas conclusiones.

Los antiguos tomaban en consideración el Principio en su binomio de cielo y tierra. Observando el modo de proceder de tal binomio, dedujeron las nociones natura les de la bondad (indiferente) y de la equidad (no rebuscada), (opuestas a las nociones artificiales de bondad y equidad [impuestas exteriormente] de los confucianos); a continuación, las nociones de las funciones y de los oficios; luego, las de capacidad, de responsabilidad, de sanción y todo lo demás.

Aumentando las nociones abstractas, se distinguieron los intelectuales de los idiotas; de este modo hubieron hombres superiores y hombres inferiores; todos fueron tratados según su propio grado.

Los Sabios prestaron sus servicios al soberano, se ocuparon de la nutrición de los ineptos, los mejoraron con el propio ejemplo, sin forzarlos, a semejanza del modo de actuar del cielo y de la tierra. Esa fue la época de la paz absoluta, del gobierno perfecto. En ese entonces, no había lugar para las disertaciones sobre los entes y sus denominaciones, no se caía en sutilezas tal como hacen hoy día los sofistas. No se abrigaba la pretensión de recompensar o castigar apropiadamente cada bien y cada mal, como quisieran nuestros legistas.

[Los Sabios] se remitían, para la solución de cada caso, a la fuente, al origen, al Principio que contiene todas las soluciones; y era esta visión desde lo alto la que constituía la superioridad de su forma de gobierno. Mientras, con motivo del hecho que se pierden tras los detalles, nuestros [pensadores] sofistas y nuestros legistas son unos incapaces .

Chuang-Tzu

[1] El emperador Yao vivió entre los años 2357-2256 a.J.C. Un fragmento del Shu-King, escrito en el II milenio a.J.C., así lo presenta: «Rastreando en la antigüedad hallamos al emperador Yao. Fue, naturalmente y sin esfuerzo alguno, respetuoso de la tradición, inteligente, cumplido y solícito. La influencia de tales cualificaciones repercutió a lo largo de los cuatro distritos, llegando hasta el cielo y descendiendo a la tierra».

[2] El Yang y el Yin son los dos principios activo y pasivo que, procediendo de una «polarización» de la unidad metafísica, originan la entera manifestación. El «Hombre trascendente», identificado con el Principio (vuelto a la «propia raíz»), hallándose posicionado en el centro de la «rueda cósmica», determina la rotación de la misma, comunicando sus respectivas modalidades al Yin y al Yang.

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